Pero, ¿qué es lo peculiar del cristianismo?
Con gran sensibilidad, Waine MEEKS, muestra que lo sorprendente de las primeras comunidades cristianas no era “la peculiaridad de sus creencias, incluso de sus creencias sobre Jesús, sino su inventiva social al crear una comunidad de un tipo que nunca antes se había visto”.
Y es que “la identidad cristiana no se encuentra, primariamente, en afirmaciones o debates o argumentos, sino en ciertas prácticas, compromisos y hábitos. El cristianismo no es principalmente algo que se piensa, se siente o se dice, es algo que se hace. La narración de los evangelios es un relato de lo que Jesús hizo. Y lo que Dios hizo en Cristo. Y la narración de la Escritura forma a los discípulos y los inspira a ir y hacer lo mismo”[2].
Hacer lo mismo y decir lo mismo, – comento por mi parte -, son dos caras del único seguimiento de Jesús, no dos fuentes alternativas en su determinación. Y en esa interpelación, lo peculiar del cristianismo es una forma de vida samaritana, (individual y comunitaria, personal y social), por causa de una confianza radical en el Dios de Jesús, y en el Jesús de Dios.
Mucho antes de que se formulara el primer dogma, – prosigue De MINGO -, antes incluso de que se escribieran los evangelios, los primeros cristianos vivían su fe. Se entendían a sí mismos, ante todo, como miembros de una comunidad llamada a ser presencia de Cristo resucitado en un mundo marcado por las divisiones y la violencia. Sus convicciones y su vida eran dos caras de la misma moneda.
Exacto, – comento por mi parte -, sin las convicciones de Jesús en nuestra vida, todo el conjunto religioso-católico se sabe de cartón-piedra, y sin su modo de vida samaritano, todas las convicciones religioso-cristianas, son idolatría.
Paz y bien