En relación a la huelga del pasado jueves, nos recordaba Zubizarreta en su sección de ayer en EL CORREO, que tuvo una doble utilidad: sirvió para encauzar de manera democrática un descontento social que podría haberse desbocado sin reglas ni control, y devolvió a las organizaciones sindicales parte de la fuerza y el prestigio que se les negaba. No es poco logro ni para la sociedad ni para los sindicatos. Por lo demás, el objetivo declarado de la huelga –la modificación de la reforma– ni se ha alcanzado ni va a alcanzarse.
Podría decirse que así es la realidad y que esto es lo que aceptamos al entrar en la Unión Europea. No del todo, porque el lugar en el que están tomándose las decisiones no es, ni mucho menos, esa Europa reglada en la que decidimos entrar, sino un espacio opaco en el que líderes sin la suficiente legitimidad democrática imponen, prevaliéndose de su poder fáctico, soluciones que no han sido debatidas ni acordadas.