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viernes, 6 de marzo de 2015

"El largo viaje del día hacia la noche", de Eugene O'Neill. Hoy, en el Arriaga.

En el original, Eugene O’Neill dejó consignado que su drama estaba “escrito con sangre y lágrimas”. Lo que dicho en otras palabras puede traducirse en que fue redactado con el punzante dolor vivido en su tormentosa familia y con una piedad final que le liberaba del odio y le permitía despedirse de unos fantasmas que no dejaron de atormentarle a lo largo de su existencia. 

Es solo la vida afectiva familiar, con sus entresijos prácticamente ocultos para una mirada ajena, la que causa un suplicio emocional insoportable que les empuja a la autodestrucción. Un padre fascinado por Shakespeare, actor brillante que fracasa en la escena por su codicia y su instinto avaro. Una madre enamorada de las fantasías románticas que despierta en ella ese actor juvenil, pero incapaz de sobrellevar la prosaica y asfixiante existencia de un ama de casa. Un hijo angustiado por emular la brillantez del padre en el teatro, pero sin el talento y quizá también sin la vocación para realizar esa tarea. Un hijo menor rechazado, no deseado, que está bajo la amenaza de una enfermedad mortal, encuentra en la lectura de la poesía más pesimista la única evasión de esa pesadilla, constituyen el cóctel venenoso en el que se fragua el infortunio de todos.

En esta adaptación se ha ideado una puesta en escena que simula en su comienzo un realismo cinematográfico para deslizarse después hacia un expresionismo fantasmal. Un amanecer bienhumorado, la luz marina tras las cortinas, la luminosa lámpara central, los elegantes vestidos color pastel configuran una apariencia refinada, gentil y optimista al comienzo de la jornada. Solo un apunte inquietante en este inicio distinguido de la acción: el suelo no es recto, sino una plataforma desnivelada, que ya anuncia la inexorable pendiente que arrastrará a cada personaje. Desnivel, rampa de bajada, metafórica inclinación que también será la inclinación interior de cada uno de ellos hacia el lado oscuro de su alma. Cuando esta va abriéndose camino, la bruma se apodera del atardecer, las sombras de las aves tras las cortinas adquieren perfiles de una mitología siniestra, hasta que la penumbra de la noche los convierta en cenicientos espectros.
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El sobrecogedor drama del dramaturgo norteamericano, 
que obtuvo cuatro Premios Pulitzer 
y el Nobel de Literatura, 
nos llega en una impecable puesta en escena, 
protagonizada por dos maestros de la interpretación, 
Gas y Vicky Peña.
Versión: Borja Ortiz de Gondra
Director de escena: Juan José Afonso
Intérpretes: Mario Gas, Vicky Peña, Juan Díaz, 
Alberto Iglesias y Mamen Camacho
Lugar de representación: Teatro Arriaga (Bilbao)
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