¿Qué hacer? La pregunta que se hizo Lenin se repite hoy en Washington, Berlín, Londres y Bruselas. Descartada la opción militar, cómo es posible detener la política intimidatoria de Putin en la frontera este de Europa. El mal cosido alto el fuego de Minsk concede al presidente ruso una posición dominante y desestabilizadora sobre Ucrania. Occidente ya ha sufrido una primera derrota estratégica al admitir que Kiev no puede decidir su destino. Ahora se trata de impedir que el desacuerdo con Moscú sobre la vecindad compartida dé paso a una confrontación directa con Rusia.
No hemos acudido en auxilio de los revolucionarios del Maidán, que en su día alentamos desde Bruselas y Washington. Misión imposible hoy, tanto como lo fue en 1956, en Budapest, o en la Praga de 1968. Debemos preguntarnos dónde moverá sus peones el gran ajedrecista y cinturón negro de yudo del Kremlin.
Rusia es un Gobierno personal. Su objetivo es dividir a los países europeos, donde solo Alemania tiene una política respecto a Rusia, y abrir brecha entre la UE y EE UU. ¿Occidente tiene la voluntad de detener a esta Rusia? Si la respuesta es afirmativa, seamos realistas. Tenemos que convivir con Rusia como vecino, segundo poder nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. De Putin dependen crisis que provocan tiempos revueltos, desde Irán a Siria. El suministro de gas europeo depende en gran medida de Moscú. Habrá que recuperar la vieja y denostada coexistencia del siglo pasado. Política de contención, diplomática y económica, como la que George Kennan recomendó a Truman frente a Stalin en 1947.
Recogido parcialmente de la columna
de F. G. Basterra en El País