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Tal como indican las últimas encuestas de El País y lo señala hoy en su editorial el sistema de alternancia entre los dos partidos queda claramente cuestionado.
Es cierto que esa estructura ha contribuido positivamente a la gobernabilidad del Estado, a costa de forzar las crispaciones y los enfrentamientos entre las dos fuerzas principales. Es cierto que así ha sido durante buena parte del periodo democrático, pero no es menos cierto que los españoles no ven la utilidad de continuar por ese camino aunque tampoco quieren volver el sistema del revés.
Es cierto que esa estructura ha contribuido positivamente a la gobernabilidad del Estado, a costa de forzar las crispaciones y los enfrentamientos entre las dos fuerzas principales. Es cierto que así ha sido durante buena parte del periodo democrático, pero no es menos cierto que los españoles no ven la utilidad de continuar por ese camino aunque tampoco quieren volver el sistema del revés.
Faltan muchos meses para las elecciones generales —salvo que Mariano Rajoy nos sorprenda con un adelanto— y todavía puede cambiar el panorama. En todo caso, cabe esperar una carrera muy competida entre cuatro corredores por situarse en las dos plazas de cabeza.
En gran parte de Europa son habituales los pactos complicados entre partidos que se enfrentan en las urnas. En la propia España los ha habido en varias comunidades autónomas o en distintos Ayuntamientos, con diferentes resultados. Fórmulas puede haber muchas: lo que debe cambiar es la cultura de la sospecha hacia todo lo que implique pacto y transacción.
No se trata de conducir a la gente a través del mar Rojo en busca de ignotas tierras prometidas, ni de forzar giros extremistas en un país donde seis de cada 10 personas se sitúan en posiciones ideológicas claramente moderadas. Asumir como positivos los principios de la transacción y del pacto es una condición indispensable para no convertir la fragmentación de la opinión pública en un peligro de inestabilidad.
Por todo ello, me parece muy importante para votar a uno o a otro que cada partido muestre previamente sus condiciones y preferencias de cara a un casi seguro y obligatorio pacto postelectoral para poder gobernar.