en la que elegiremos el nuevo Parlamento Vasco.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Hablemos de la Constitución

En una entrevista a Philip Roth, publicada hace unos años por el diario argentino La Nación, el escritor estadounidense recordaba el cuento del carpintero que elaboraba sillas. Cierto día, al regresar a casa, este carpintero vio a través de las ventanas abiertas a algunos vecinos. Uno de ellos golpeaba con la silla a su esposa; siguió y, más adelante, descubrió a otro que troceaba una de las suyas sin más propósito que avivar el fuego de la chimenea y calentarse. Al carpintero le sorprendió que ninguno utilizara las sillas para lo que él las había construido: para sentarse.
Más o menos, algo parecido le ocurre a la Constitución española de 1978.
Cada cual la convoca según sus necesidades: como arma arrojadiza contra el rival político o como protección interesada si se tercia, cuando lo oportuno sería recordar para qué se redactó.
Ninguna Constitución es perfecta, todas merecen mejoras que el tiempo acaba
por señalar, pero al menos la del 78 cerró una larga historia de inestabilidad política. Los tres primeros cuartos del siglo XIX pasaron en España cargados de pronunciamientos militares y constituciones de quita y pon. La promulgada en 1876 sigue siendo, en cambio, la de más larga vigencia, pero el régimen de la Restauración se sostuvo con una democracia falseada por el caciquismo que nunca supo evolucionar hacia la democracia real. Tampoco la II República acertó a crear el ambiente adecuado para consolidarla. La guerra civil y el franquismo alargaron la espera y aplazaron la convivencia en libertad.
Sólo la Constitución del 78, cuyos creadores entendieron los riesgos y el contexto en el que actuaban –conviene subrayar este detalle ahora que hay tantos que condenan el consenso de entonces–, consiguió invertir esa tendencia histórica que acumulaba fracasos. Seguramente son bastantes quienes ignoran este tortuoso itinerario colectivo de casi dos siglos, que en buena parte reparó esta Constitución.

Y en eso estamos: en seguir utilizando la silla para todo menos para sentarse.