Si aplicamos los principios en los que descansa la democracia liberal tenemos que aceptar que necesitamos Estados y fronteras, pero que estas últimas no se deben gobernar unilateralmente.
Queda claro, entonces, que lo que está mal con la valla que separa Tijuana de San Diego es un asunto de principios. Lo que tienen de malo los muros de la frontera no es que detengan la migración o controlen el territorio, al fin de cuentas ésa es una prerrogativa del Estado, lo malo es que lo hagan unilateralmente. Aunque los estadunidenses digan que la barda no es xenofóbica, el solo hecho de que no haya habido consulta oficial con las instituciones mexicanas muestra que Estados Unidos no considera a los mexicanos como iguales.
La política del muro es un error político porque sólo genera beneficios de corto plazo para los legisladores que sacan provecho de los miedos raciales de una minoría de estadunidenses, y porque al adoptar el modelo unilateral los estadunidenses minan la confianza de sus vecinos. Pero también es un error moral, porque a la larga el muro disminuye también la legitimidad de sus propias instituciones políticas, que debían descansar en el principio de igualdad universal. Y además de ser un error político y moral, la política del muro es una pena, porque Estados Unidos y México tienen ya la infraestructura de instituciones bilaterales transfronterizas que permite la cooperación.