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La entronización de Trump en “la Nueva América” ha dado alas a la “Nueva Europa” que proclaman los principales partidos de ultraderecha, ya numerosos. El peligro, letal, es normalizar lo que Trump representa. Hay precedentes de amargo recuerdo en los años 30 del SXX y por la misma causa.
El error más dañino sería considerar a Donald Trump un dirigente más, como se intenta y terminará pasando. La elección del magnate norteamericano cambia el tablero y las reglas de juego internacionales.
Trump es el símbolo del declive de los Estados Unidos. Por eso ha sido elegido. Ha vencido con la bandera ultranacionalista. Con la promesa de volcarse en "América", en "hacerla grande otra vez".
Nadie debe engañarse, un multimillonario al frente del equipo de multimillonarios ultraconservadores que ha nombrado Trump, seguirá trabajando por los intereses de los suyos. Las "máximas bajadas" de impuestos que anuncia las sumará o restará de otras partidas.
Es cierto que Hillary Clinton no era una buena candidata, era el empecinamiento en el error. O que el Partido Demócrata segó los pasos de Sanders como alternativa más progresista. O que Obama no cumplió cuanto prometió. O que conocemos dirigentes que mienten en cada palabra. Pero Trump se ubica en otra división.
La entronización de Trump en "la nueva América" ha dado alas a la "nueva Europa" que proclaman los principales partidos de ultraderecha, ya numerosos.
El resurgimiento en notoriedad de la Rusia de Putin, a la que nostálgicos intentan ver heredera de una idealizada Unión Soviética, tampoco ofrece precisamente tranquilidad. Y China, la que no impone imperialismos según dicen, compra deuda pública sin parar de Estados Unidos, o de los reconducidos Argentina y Brasil, acude en socorro de África. Todo ello con mucho dinero y su fórmula de capitalismo salvaje bajo la dictadura de los jefes del proletariado.
Como los Demócratas norteamericanos, la socialdemocracia europea no cesa de dar tumbos. La responsabilidad de los partidos socialdemócratas en la situación que vivimos es enorme, decisiva. Los electores no han percibido un papel de oposición y cambio, sino todo lo contrario.
Trump y sus colegas europeos de la ultraderecha, la conservadora May británica, se fijan como modelo aquel tiempo primigenio en el que, según sueñan, todos eran blancos, ricos y felices.
Apasionante y peligrosa partida en la que la mayoría tiene mucho que perder y nada que ganar. Lo último, normalizar lo que dista enormemente de ser normal.