Todos los gobernantes tienen derecho a un margen de 100 días de gracia cuando asumen el cargo, una concesión universal acuñada en Estados Unidos cuando Franklin D. Roosevelt llegó a la Casa Blanca en 1933 con el reto acuciante de paliar la Gran Depresión (y con el ánimo presidencial de gobernar como mínimo cuatro años y no cuatro días).
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Catalunya exige un cambio de rumbo que sólo será posible si el Parlament, la sociedad y los medios de comunicación recuperan valores tan genuinos como el diálogo y el afán de hacerlo posible.
Desde el palacio de la Moncloa, Mariano Rajoy ha cambiado de tono con la táctica aparente de evitar que los numerosos textos activistas del hoy president Quim Torra le condenen a la hoguera, como sugieren muchas voces que no parecen creer en la posibilidad de encauzar las hondas pero no insalvables diferencias entre los gobiernos español y catalán.
El president Torra se merece ese margen y, sobre todo, la diferenciación entre retórica –que siempre tiende a la exaltación– y actos. No está de más recordar que no han sido las ideas sino los hechos los que han originado un panorama tan decepcionante para el conjunto de la ciudadanía.