elmundo.es/opinion |
Se suponía que la investidura de un candidato sin cargas judiciales serviría para devolver a Cataluña a la legalidad, para que el artículo 155 decayera y para que los ciudadanos pudieran encarar un futuro de estabilidad política y distensión social.
Pero tras oír el discurso de investidura de Quim Torra, tras soportar su retórica radical y el renovado desafío que lanza al Estado, solo queda en pie una esperanza para la recuperación de la normalidad democrática: que el nuevo Govern incumpla punto por punto su palabra.
Cuando el cinismo de los gobernantes es el único refugio de los gobernados, es que la degradación institucional ha tocado fondo.