El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, intenta colocarse la mascarilla durante la inauguración de la nueva escuela cívico-militar General Abreu en Río de Janeiro. |
Según un sondeo del Instituto Datafolha, casi la mitad de la población, el 47%, cree que Bolsonaro no tiene ninguna culpa de la propagación de la enfermedad a la que llama “gripecita”. La paradoja generó un tsunami de depresión y perplejidad en sectores de la izquierda y de centro.
Al principio de la pandemia, Bolsonaro propuso una ayuda de emergencia mensual de 90 euros que llega a más de 65 millones de brasileños. Ahora millones de brasileños viven —y miles mueren— con la renta más alta de toda su existencia en plena pandemia.
Para los brasileños más pobres, la pérdida de familiares —tanto por enfermedades evitables como por la violencia— forma parte de su cotidianidad. El país sigue enfrentándose a una grave epidemia de dengue, los casos de malaria están aumentando y el sarampión ha vuelto. La diarrea sigue siendo una importante causa de muerte. Y los negros, la mayoría más pobre de la población, constituyen el 75% de los asesinados por la policía. La covid-19 entra en este día a día como una forma de muerte más que se suma a todas las otras.
Ante el aumento de la popularidad, que puede llevarlo a la reelección en 2022, Bolsonaro ha decidido extender la ayuda de emergencia y crear el Renta Brasil, su propia versión del Bolsa Familia, un programa social que popularizó a Lula entre los más pobres.
Brasil llega hoy 7 de septiembre, fecha en que celebra su independencia de Portugal, con más de 125.000 víctimas de coronavirus y acechado por una pregunta trágica: ¿cómo puede impedir su propio genocidio un pueblo que se ha acostumbrado a morir?