Una profesora de secundaria del I.E.S. Maestro Padilla de Almería corrige unos exámenes |
No corren buenos tiempos para los profesores. En el tira y afloja por los comienzos del curso, su voz no ha sido la mejor escuchada. Pareciera que los protocolos de separación, ventilación, entrada y salida, desinfectación de material, estampado del felpudo y demás aspectos de intendencia se hayan comido la más importante de todas las lagunas, la de la enseñanza misma. El continente se ha impuesto sobre el contenido.
Conseguir que acudan en grupos reducidos, controlados, que los desplazamientos sean del menor riesgo no es tarea fácil. Pero queda un sabor a oportunidad perdida cuando sospechas que podríamos haber sentado a los enseñantes a elaborar un modelo educativo de emergencia. A partir de la secundaria hubiera sido inteligente manejar números de alumnos asequibles asociados a tutores que dirijan su tiempo de trabajo en casa y en la distancia con citas puntuales. Si necesariamente no todas las clases serán presenciales, sería más útil incorporar un modelo en el que el alumno trabaja solo, investiga, redacta, prepara exposiciones, bajo el tutor que dirige sus esfuerzos.
No se trata de cambiar nuestro programa académico, pero sí reformarlo. Este año no puede limitarse a ser un parche. Todo es un puñetero desastre expuesto a suspensiones temporales incómodas y constantes. Ya que este va a ser el peor curso de la historia de España, podríamos habernos roto el cerebro para ofrecer a los alumnos la mejor experiencia educativa de sus vidas. Habría bastado imaginación, medios, personal y que cada instituto propulse a sus profesores a una esfera distinta de la habitual.