Artur Mas susurró en febrero su predisposición a "sacrificarse" repitiendo como candidato en bien de la causa ("su causa"). Parece ser que su oferta no tuvo muchos seguidores entre los que le conocen entre bien y muy bien.
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Nadie le hizo caso y ahora, "triste, decepcionado y malhumorado" por el divorcio entre los suyos (PDECat y JxCat), comprobado que para reunificar lo ya dividido hacia falta más que lanzarle puyas al general de Waterloo, reivindica su pedestal como expresidente de la Generalitat, como jarrón chino/catalán para dedicarse a rehacer la unidad independentista, apelando a la condición "de patrimonio común del pueblo de Catalunya" que comparten todos los expresidentes.
En resumen, quiere ejercer de padre de la patria, pero solo en interés de lo que le sucede a media patria, la suya. La astucia de siempre está evolucionando hacia el clásico cinismo político. Nada nuevo bajo el sol.