Salvo impedimento de fuerza mayor, hoy Pedro Sánchez volverá a ser investido presidente tras haber vuelto a demostrar su singular habilidad para amarrar los apoyos que precisa para revalidar su mandato por mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados, que es donde suelen dirimirse estas cosas en una democracia institucional representativa y no en las calles, a grito limpio, a costa de exacerbar viejos odios, resquemores y prejuicios, desatando la violencia simbólica, verbal y física, para lograr, generando el caos, lo que se ha sido incapaz de conseguir en las urnas y a través del entendimiento con otros.
En una democracia parlamentaria, el gobierno lo deciden los legítimos representantes de la soberanía popular que conforman mayorías que en España hoy son plurales, periféricas y transversales. Y esas mayorías están hoy de acuerdo en volver a investir a Sánchez, pues creen que ha llegado el momento de definir y pactar un nuevo modelo de relación territorial que ayude a superar conflictos latentes que vienen de antiguo y el actual inquilino de Moncloa es el único candidato que, al menos sobre el papel, parece dispuesto a ello.
En una democracia parlamentaria, el gobierno lo deciden los legítimos representantes de la soberanía popular que conforman mayorías que en España hoy son plurales, periféricas y transversales. Y esas mayorías están hoy de acuerdo en volver a investir a Sánchez, pues creen que ha llegado el momento de definir y pactar un nuevo modelo de relación territorial que ayude a superar conflictos latentes que vienen de antiguo y el actual inquilino de Moncloa es el único candidato que, al menos sobre el papel, parece dispuesto a ello.
Obviamente no será fácil. Pedro Sánchez deberá ser flexible como un junco y, a la vez, firme como una roca para cumplir con la palabra empeñada a sus socios, pese a las furiosas tempestades que le aguardan..