Pero mientras todo esto sucede, el paisaje español es que el Rey ni siquiera responde a la carta en la que el presidente mexicano le propone un acto solemne de disculpa dirigido por ambos dos, junto con el Papa.
Cuando se reclama que España se ponga al día de esta nueva sensibilidad internacional, emergen gracietas/zascas de patas cortas.
Las peticiones de disculpas por la violencia del pasado son, en cualquier caso, la clase de cosa que es mejor que sobre a que falte. Pero sí es dañino su defecto.
A quienes razonan que no podemos reprobar el pasado con criterios de nuestros días, hay que responderles que ese pretérito presuntamente ininteligible es el que España —cuyos últimos billetes de peseta exhibían los rostros de Colón, Cortés y Pizarro— enaltece en su fiesta nacional.
Debe exigirse, al menos, la coherencia: si el pasado pasó y no podemos hablarle, ni él a nosotros hablarnos, sea así para todo; lo mismo para la condena que para la celebración.
Debe exigirse, al menos, la coherencia: si el pasado pasó y no podemos hablarle, ni él a nosotros hablarnos, sea así para todo; lo mismo para la condena que para la celebración.
pablo batalla/carmen domingo