¿Qué nos está diciendo Errejón con esa infame justificación que atribuye a las exigencias de estar “en primera línea” sus comportamientos “tóxicos”?
Olof Palme caminaba y usaba el transporte público, Angela Merkel encargaba la misma chaqueta en varios colores para simplificar su vestuario, Manuela Carmena también iba en bus y se hacía la comida y ninguno de ellos necesitó imponerse violentamente a nadie como consecuencia de los “ritmos” del poder.
Más allá del Código Penal, la hipocresía es acaso el peor de los delitos en política y aquí la supuesta autoridad moral de la izquierda se estrella contra una realidad sórdida personificada en el José Luis Ábalos que hace abonar el piso de lujo a su pagada pareja o al Errejón que acosa y maltrata, todo ello supuestamente. Si teníamos esa actitud asociada en exclusiva a un Donald Trump carente de principios feministas (él ya ha sido condenado por los pagos para silenciar a una actriz porno), al diputado valenciano de Vox condenado por maltrato o al alcalde popular que acosó sexualmente a Nevenka hasta destruirla, nos equivocábamos. O no queríamos verlo. Porque: ¿quién no ha conocido al cantante progre abusador, al jefe más rojo que nadie que se impone a la becaria en unas copas, al magistrado o al político de izquierdas acusados de violencia de género? Y lo que no sabremos.
El maltrato machista no tiene acera. Pero duele más cuando ocurre en la que se alzan las banderas contra él.