Andoni Unzalu, en un artículo en EL CORREO que titulaba como esta entrada, definía la palabra traidor como un blasón nefasto y odiado, decía que es un epíteto impuesto por el grupo al disidente contra su voluntad, acarrea consigo el desprecio general y la pérdida de los derechos y protección del grupo. Es muy raro que alguien reivindique esta cualidad y, como Lope de Aguirre después del asesinato de Ursúa, añada a su firma 'traidor' reconociendo con ello que ha roto toda lealtad con el grupo. Lo habitual es que la élite del grupo tilde de traidor al disidente, aunque éste no cree haber roto ninguna lealtad. Es un mecanismo muy antiguo y eficaz, y busca siempre blindar a la élite autoritaria del grupo frente a cualquier crítica razonada buscando, asimismo, aparentemente, una unidad sin fisuras frente al "enemigo", pero consiguiendo en realidad un apoyo cerrado y acrítico al poder dentro del propio colectivo.
Cuando dos bandos, dos posturas, dos maneras de ver, dos sensibilidades, extreman su enfrentamiento, de forma misteriosa todos los miembros de cada lado, incluso personas de las que podemos esperar cierta racionalidad o neutralidad, interiorizan que toda divergencia con la elite del grupo es en realidad un apoyo al adversario.
Se renuncia a la autojustificación de posiciones propias, es decir, a la explicación y argumentación de las ideas propias, y todo el discurso se centra en la crítica de las posiciones del otro.
En fín, que leyéndole me despisté, aunque aparentemente parezca extraño, y me puse a pensar en otras cosas, porque él en realidad, lo había escrito con unas miras distintas, pero, en este caso, aunque escritor y lector estuviésemos en distintas ubicaciones, el texto encajaba perfectamente en ambas.
En fín, que leyéndole me despisté, aunque aparentemente parezca extraño, y me puse a pensar en otras cosas, porque él en realidad, lo había escrito con unas miras distintas, pero, en este caso, aunque escritor y lector estuviésemos en distintas ubicaciones, el texto encajaba perfectamente en ambas.