Si alguna costumbre en el mundo del olimpísmo es, además de razonable, conveniente que se mantenga en vigor, es la de rotar las sedes de manera que cada cuatro años un nuevo continente, de esos representados en los cinco aros de su símbolo, acoja a todos los gimnastas en una de sus ciudades.
Y no es por joder, pero Madrid se ha empeñado en optar a sede precisamente después de Londres, lo que por mucho que diga la prensa oficialista y por mucho que se alegren instituciones, periodistas y gentes que ven el filón, o Madrid se pasa al continente africano o tiene muchas posibilidades de que todo termine en una nueva frustración.
Los otros tres aspirantes son grandes ciudades de grandes estados y cada una de ellas tiene muchas opciones de conseguir la nominación final. Mas le vale al alcalde madrileño luchar dentro del partido por reorientar la nave porque por los cinco aritos, o en su caso, deditos, no creo que pase a la historia.