:: JOSÉ IBARROLA Roberto Lertxundi elcorreo.com |
Hoy, en España, ser católico es un privilegio que resulta alarmante para la mayoría de la sociedad, que es laica y que ve con estupor el trato de favor de que goza la Iglesia católica en un Estado aconfesional y laico, como proclama la Constitución de 1978, pero que como país, no ha cancelado, y así lo ha demostrado Juan G. Bedoya, ni uno solo de los privilegios eclesiásticos:
-El Estado financia actividades eclesiales con no menos de 6.000 millones de euros cada año (colegios, clases de religión, capellanías, reconstrucción de templos, salarios de obispos...).
-Viven en situación de absoluto paraíso fiscal, sin contribuir a las cargas del Estado, de las que están exentos, salvo del IVA.
-El sistema de financiación pública a la Iglesia católica se ha incrementado por el actual Gobierno hasta el 34% de la cuota del IRPF que Hacienda entrega a los obispos en las declaraciones de la renta de los fieles que lo deseen.
La laicidad, entendida como separación entre el ámbito de las creencias religiosas y el de la organización política del Estado, no es patrimonio ni de la derecha ni de la izquierda, ni de los católicos ni de los ateos: es una característica esencial de un Estado democrático. Y es la actitud básica de respeto hacia los diferentes, a todos los diferentes. Esto sólo puede hacerse desde el laicismo.
Se equivocan los católicos al quejarse de la laicidad del Estado. Y se equivoca nuestro Gobierno al ceder permanentemente ante las exigencias de la Iglesia romana: que se presente ya el proyecto de ley de libertad religiosa, que los cálculos electoralistas no conduzcan a reforzar la actitud timorata del Ejecutivo en materia tan sensible y tan definitiva en una sociedad aconfesional.
Lo que sí ha tenido de positivo la irrupción de Benedicto XVI en la política española es el planteamiento de la controversia entre 'el laicismo' y 'la fe', entre 'la fe' y 'la razón'.
La Iglesia católica es una entidad privada. Importante en nuestro país, pero minoritaria desde el punto de vista poblacional y con apoyo popular en retroceso paulatino. Recibe un trato privilegiado y carece por tanto de motivos de queja. Reforzar la laicidad del Estado resulta elemental para que la mayoría agnóstica de nuestra sociedad no se sienta desamparada por sus dirigentes políticos. El respeto a los católicos no puede fundamentarse en el ninguneo a la sociedad laica.