La Iglesia, sociedad organizadora del "cristianismo", a la par que entidad espiritual sin ánimo de lucro, bien pronto, es decir, desde sus inicios como "religión oficial" del Imperio Romano, se convirtió en un entramado burocrático sin el cual le era imposible "dispensar" sus bienes espirituales. Tómese a modo de auto justificación.
El "ligero" matiz de "tener que vivir", ha sido tanto para los de dentro de la organización sacra como para los de fuera, el talón de Aquiles que la ha tenido cojeando a lo largo de la historia: los místicos clamando por el "santificado sea tu nombre"; los obispos laborando por el "venga a nosotros tu reino" y gimiendo por "el pan nuestro de cada día".
No ha podido desprenderse de ese afán predatorio, buscando en todo momento conseguir, conservar y aumentar los privilegios como “organización” de interés público. La Historia, si no "mater", es "magistra" de tales "fechos".