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viernes, 18 de enero de 2013

Bildu, ETA, los presos y los derechos humanos

Mañana se cumple la semana de la super mani organizada por Bildu y Cia. A lo largo de esta semana he leído varios artículos al respecto. El que más me ha gustado ha sido el de Pello Salaburu del pasado miércoles en EL CORREO. Comienza aventurando que lo más probable es que el año que viene haya otra manifestación más de este tipo, que Bildu siga hablando de proyectos y presupuestos mientras pasea su playeras por las lujosas moquetas de la Diputación de Gipuzkoa o del Ayuntamiento de San Sebastián, y que los presos –colectivo cuyas condiciones quieren mejorar– sigan donde están desde hace muchos años: en la cárcel. Salvo los que vayan saliendo en silencio, tras haber cumplido condena.

Recuerda que cuando veía las fotos se preguntaba cuántos de ellos han acudido en alguna ocasión a una manifestación de condena por los crímenes de ETA, cuántos de ellos se habrán preguntado por la desazón sufrida por muchas familias que han visto morir a alguien cercano por la explosión de una bomba. Cuántos se habrán preguntado por el sinsentido de lo que ha sucedido aquí durante años. Seguramente una minoría. Muchos de los que se manifestaban el sábado han sentido justo lo contrario –«un conflicto lamentable», se han dolido, eso sí–, cuando no han participado directamente en las algaradas o nos han escupido a la cara.

A este colectivo se le llena la boca cuando habla de los Derechos Humanos. Pero el derecho humano básico y por excelencia, el derecho a la vida, se ha conculcado aquí en cientos de ocasiones, y eso ha sucedido con la intervención directa o indirecta de los presos cuyos derechos reclaman ahora, y con el aplauso de quienes exigen su vuelta. ¿Qué pasa, que antes no había derechos? ¿O es que el cambio y los enormes pasos que han dado consisten en eso, en reclamar derechos de forma selectiva? Lo que es aún peor: ¿Cuántos de quienes se manifestaban siguen pensando lo mismo que pensaban hace unos años años? Seguramente, también y por desgracia, la mayoría. Esta es, por supuesto, una elucubración, pero los datos me inclinan a pensar que es una elucubración muy bien fundamentada.

ETA ha sido derrotada. Vamos a dejarnos de mandangas, no hay nada más. Y ante ese panorama, el sector que lo ha apoyado históricamente, la mayoría de quienes se manifestaban ante nosotros, ha buscado otras vías de actuación política porque no le ha quedado más remedio y ha visto cerradas el resto de las puertas. Pero no hay atisbos de cambio, no hay ninguna señal que indique un poco de arrepentimiento, un poco de reconocimiento de que aquello que se hizo y que se apoyó en su día era un camino devastador para el país. No hay señales que muestren que ha habido equivocaciones.

Cuando la sociedad observa perpleja que en ese mundo no hay una reflexión sobre lo sucedido, una reflexión que sintonice un poco con lo que la gente normal ha pensado y está pensando, una reflexión que tenga como ingrediente el sufrimiento de las víctimas; cuando nada de eso sucede, sus intentos para envolvernos en impulsar las soluciones que propugnan van a tener muchas dificultades. Yo quiero a los presos cerca de sus familias, y quiero buscar aquellas vías que fomenten el entendimiento, la paz y la cohesión social, pero me temo que como no se produzcan cambios mucho más sustanciales en ese mundo, la cosa está aún verde. Y tampoco parece que los presos –que tienen dónde mirar– estén por la labor, lo cual complica aún más las cosas. Se las complica, sobre todo a los propios interesados. Supongo que en algún momento se darán cuenta.