A fuerza de contemplar las nuevas perspectivas que se creen abiertas en la situación vasca, se olvida la perspectiva esencial desde la que hay que contemplar la responsabilidad de los demócratas, la perspectiva que impone el hecho de que ni Sortu rechaza el terror que bajo sus anteriores nombres ha legitimado y justificado, ni ETA, aun en el escenario de su derrota operativa, ha hecho efectiva esa derrota con su disolución incondicional, la exigencia de sus responsabilidades y el esclarecimiento de todos sus crímenes.
Cuando en el Parlamento vasco se retoma una ponencia sobre paz, normalización, convivencia etc., la presunción de los buenos propósitos de sus promotores choca contra esta evidencia. Es la estrategia de los que bajo nuevas formas, en el marco de las instituciones, con la excusa de hablar de «las consecuencias del conflicto» desafían a los demócratas y pretenden que la violencia y el terror no solo formen parte de una historia aceptada sino que invadan la cultura política y la conciencia moral de la sociedad en una metástasis de benevolencia hacia el crimen mirado como necesario o, en el mejor de los casos, como inevitable. Eso es lo que está en juego.