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lunes, 18 de febrero de 2013

Nuestra democracia depende en parte de dos personajes que tienen a Rajoy y al Rey cogidos por los testículos

Nos sonroja que quien acabó con los golpistas del 23-F, no haya querido enterarse de que su yerno era un sinvergüenza A menos de una semana del 23 de febrero de 2012, 31 años después de aquel golpe de Estado militar, afortunadamente frustrado por el Rey, tenemos ahora mismo en España un régimen democrático cada vez más resquebrajado. 

La democracia actual se encuentra en un proceso de descrédito y desapego, alejada de millones de ciudadanos indignados o cabreados con razón. Dos de sus instituciones básicas, la Monarquía constitucional y parlamentaria, y el Gobierno Rajoy, surgido de las urnas, atraviesan una doble y peligrosa crisis. Por un lado, sigue vivita y coleando la crisis económica y financiera que nos castiga -sin piedad- hasta acaso hundirnos como país. Y castiga sobre a todo al sur de Europa: España, Portugal, Italia y Grecia. 

 En Portugal, la gente tapa la boca al primer ministro, el conservador Pedro Passos Coelho, cantando masivamente la mítica y maravillosa Grándola Vila Morena, que supuso el fin de la dictadura de Oliveira Salazar y de su sucesor, Marcelo Caetano, un tecnócrata, entonces muy amigo, por cierto, de Laureano López Rodó, el poderoso tecnócrata del franquismo. Por el otro lado, emerge con fuerza la crisis política que está atenazando al Gobierno. 



El Ejecutivo popular va de derrota en derrota, hasta la derrota final. Tardará, antes o después, pero Mariano Rajoy ha batido ya, en un año de presidente, todos los récords de ineficacia, de inestabilidad y de hostigamiento a los más débiles, mientras protege políticamente a los poderosos. Va Rajoy de tumbo en tumbo y de contradicción en contradicción, con un equipo ministerial de tercera división, que es infumable, salvo la ministra de Fomento, Ana Pastor, y el secretario de Estado de Cultura, José María Lasalle. 

La crisis política ha estallado además con la fulminante reaparición de la trama gürtel. La incapacidad de Rajoy frente al reto de los corruptos es escalofriante. Algo similar viene arrastrando -en el capítulo de la crisis política- el Rey, Juan Carlos I. El alcance del caso Nóos tiende a ser inimaginable. La erosión de la Monarquía parece que, a estas alturas y con lo que sabemos, difícilmente puede ser asumible por la ciudadanía y más en estos tiempos de cólera colectiva. 

La Infanta Cristina en cualquier momento puede ser imputada por el valeroso e íntegro juez Castro. Pero siendo eso otro aldabonazo grave, lo cierto y verdad es que empieza a haber un vendaval de indicios que señalan a la Casa del Rey o, sin tantos vericuetos, al Rey directamente. Aquellos polvos trajeron estos lodos. Y en los lodos crecen a menudo las corrupciones. No hay ninguna prueba contundente, por ahora, que implique a Su Majestad en el affaire de su yerno. Pero se oyen, todavía en lontananza, tambores lejanos. 

 En definitiva, nuestra democracia depende en parte de dos personajes abyectos que, al parecer, tienen cogidos a Rajoy y a Juan Carlos de Borbón por sus respectivos testículos. Nos referimos obviamente a Luis Bárcenas y a Urdangarin. Ambos protagonizan episodios judiciales que siguen oliendo, y cada día más y más, a corrupción. Cuando falta poco para rememorar el 23-F, nos sonroja a los demócratas que Rajoy no frenara en seco a los corruptos de su partido y a Bárcenas, sobre todo. También nos sonroja a los demócratas que quien acabó con los golpistas de hace 31 años -lo que le honró evidentemente, y muchos se lo agradecimos-, en la actualidad no se hubiera enterado, o no quisiera enterarse, de que su yerno era, como mínimo, un sinvergüenza. 


Enric Sopena es director de ELPLURAL.COM
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