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jueves, 21 de junio de 2018

Un partido como el PP, con aversión a la democracia en la competición interna, si no se recicla, acaba siendo inexorablemente un partido que no puede competir para ser un partido de gobierno en una sociedad democráticamente constituida.

eldiario.es/zonacritica
El PP es un partido “franquista”, un partido que tiene su origen en la Alianza Popular fundada por Manuel Fraga juntamente con otros seis exministros de los Gobiernos del General Franco, los conocidos como “Los Siete Magníficos”, como forma de representar  políticamente tanto en el momento constituyente de 1978 como en el de la inmediata aplicación posterior de la Constitución, el peso de lo que se denominaba “franquismo sociológico”. Este partido, que casi desaparece con los resultados de las elecciones del 15 de junio de 1977 y con las primeras elecciones constitucionales de abril de 1979, se convertiría en el partido dominante de la derecha española con la descomposición de UCD en las elecciones de 1982.

Como no podía ser de otra manera, el PP ha tenido que competir en democracia y sus líderes han tenido que cultivar las aptitudes necesarias para poder hacerlo con éxito. No cabe duda de que varios de los mejores oradores parlamentarios de la democracia española han estado en las filas del PP y tampoco puede haberla, en mi opinión, de que han sabido manejar las técnicas de formación de la opinión pública de manera extraordinariamente eficaz. 

AP refundada como  PP se aclimató a la competición democrática muy rápidamente. Ya en 1993 estuvo a punto de ganar las elecciones generales. Desde 1996 ha sido el partido más cohesionado (aparentemente) y más fuerte (aparentemente) de la democracia española. 

En la competición interpartidaria el PP ha demostrado estar a la altura de lo que cabe esperar de un partido representativo de la derecha española. Es en su organización interna, en la competición política en el interior del partido, en donde ha fracasado. 

Un partido con aversión a la democracia en la competición interna, acaba siendo inexorablemente un partido que no puede competir para ser un partido de gobierno en una sociedad democráticamente constituida. Como en cualquier tipo de competición un equipo vale lo que entrena.

Y en las sociedades democráticamente constituidas los partidos tienen que ensayar la democracia en su competición interna para poder competir después por el Gobierno de la Nación.

El PP lo está comprobando. La transmisión autoritaria del liderazgo ha sido posible en dos ocasiones, de Fraga a Aznar y de Aznar a Rajoy, pero no más. A la tercera, como dice el refrán, ha ido la vencida. El resultado está siendo “el rosario de la aurora”. Como espectáculo es fascinante, pero como estrategia para competir en democracia es suicida.