Está bien, admito que no se debe mezclar el deporte con la política, que eso es algo improcedente. Si me arriesgo a cometer tal atrevimiento es porque creo que me asisten algunas razones. En primer lugar, porque, como todo el mundo sabe, la idea de que esa mezcla es impropia es en realidad una verdad a medias. En múltiples ocasiones, los países han boicoteado acontecimientos deportivos por razones fundamentalmente políticas.
La famosa consigna del equipo, “Barcelona, más que un club”, es una afirmación que puede entenderse de muchas maneras, pero esa polisemia es precisamente lo que se busca y parece razonable pensar que se está proponiendo como estandarte cultural de un componente de la identidad catalana. ¿Constituye eso una proposición política? Es complejo aseverarlo, pero también es difícil evitar la conexión.
Una conexión que salta a la vista también cuando se analiza las causas de la gestión disparatada que se ha venido haciendo del club deportivo y que ha conducido al desastre actual que vive el Barcelona: fuera de la Champions y alejado de los primeros puestos de la liga española, con alto riesgo de quedarse fuera de la Champions en la siguiente temporada.
¿Cómo puede ser que un estandarte cultural del catalanismo muestre sus debilidades en público, sin poder achacarlas directamente al poder central? Ciertamente, el “España nos roba” es muy difícil de sostener en este caso, pero se conecta bien con el supremacismo que destila el procés.