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Sin embargo, en las últimas horas hemos descubierto que sí hay algo peor: no hacer nada y que parezca que has hecho algo que no sirve para nada.
Tras casi dos años de pandemia, seguimos teniendo una pulsión por lo inútil que solo se explica en base a dos motivos:
I) son medidas con bajo coste a corto plazo
y II) ya-lo-hemos-hecho-antes.
Sobre la obligatoriedad del uso de mascarilla en exteriores ya ha sido criticada por toda la comunidad científica desde su primera implantación en el verano de 2020. Las mascarillas no son armas mágicas que sirven para solucionar una pandemia, son herramientas que nos pueden ayudar a reducir el riesgo de contagio en los lugares que más riesgo tienen.
Por eso, su uso se debe considerar prioritario en espacios cerrados, mal ventilados y donde se juntan muchas personas, insistiendo en su recambio periódico y en su ajuste adecuado. Más allá de eso, su utilidad es nula. Promover la mascarilla en exteriores como obligatoria supone retornar a usarla mientras paseamos en el parque, y quitárnosla al entrar al bar.
Las medidas inútiles son perjudiciales (porque sustituyen a medidas más importantes), desmotivadoras, e irrespetuosas con el cumplimiento que la población española ha hecho con las restricciones de los últimos dos años.
La sexta ola es la ola de la sensación de abandono institucional, del sálvese quien pueda y de la incomparecencia de los poderes públicos que tan claramente Isabel Díaz Ayuso ha cristalizado en la reapropiación de un término: autocuidados.