El paraguas es, probablemente, el objeto más denostado de nuestro entorno. Inútil durante la mayor parte de los días del año, permanece ahí entre tirado, escondido y apartado.
Pues bien, todo esto es cierto y, sin embargo, nunca conviene despreciar un paraguas, sencillamente porque, tarde o temprano, te rescatará de un mal momento. El paraguas es la consagración de la callada prudencia, de la inteligencia intuitiva.
La Unión Europea ha sido para España ese paraguas olvidado en un esquinazo del pasillo. Ha estado ahí en las muchas ocasiones en que algunos de nuestros políticos han corrompido los sistemas de control, cuando nuestros dogmas nos han llevado a perseguir la libertad de expresión, cuando nuestra sumisión a los poderes locales nos obligaba a aceptar lo inaceptable e incluso ahora, cuando hemos visto durante cinco años humillado y despojado de todo prestigio a nuestro sistema judicial.
A veces puede resultar divertido agujerear el paraguas, pero cuando lo necesitas en uno de esos chaparrones inesperados, que los hay, y demasiado a menudo, resultan estrictamente necesarios.