Lo más costoso de la victoria de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE es el recuento de los perdedores.
Ha perdido el socialismo rociero de Susana Díaz y sus ‘verúnicas’ autoridades,
ha perdido la ridícula aristocracia de provincias de los baroncitos,
han perdido los jarrones chinos, a los que habrá que confinar de inmediato en el museo de la porcelana tras siete vitrinas,
ha perdido el hernandismo y con él todos los mercenarios de la alta costura andaluza,
ha perdido la prensa del régimen que un día fue independiente y de la mañana,
ha perdido Rajoy, que ya no tiene claro eso de acabar la legislatura,
ha perdido el señor del Ibex, donde quiera que esté el caballero,
y ha perdido, en definitiva, esa estructura clientelar de carguito y pistola en el pecho que siempre ha despreciado los vientos en los que bebía la militancia por temor a despeinarse.
Lejos de ser huérfana, la derrota de ayer tiene una familia numerosa.
Pocos confiaban en que Lázaro se levantara y anduviera, y menos aún en que ganara una batalla contra la guardia mora de la sultana después de muerto y a lomos de un Peugeot por falta de babiecas.
Haría mal Sánchez en creerse la milonga de la integración porque de nada sirve comprar la paz si el precio es impagable.