La prohibición y la obligatoriedad son unos instrumentos legítimos y necesarios de todo Estado de Derecho que deben administrarse en sus dosis más indispensables. Resulta paradójico que quienes ven como una injusticia dramática la elemental obligatoriedad de cumplir la Constitución y la cabal prohibición de conspirar contra ésta vean, sin embargo, como razonable obligar al funcionariado a actuar contra el Estado al que éste representa.
De la premisa «los demócratas fueron antifranquistas» y de la de «Lluís Llach fue antifranquista» no se deduce que hoy «Lluís Llach sea un demócrata». No se deduce ni que «lo fue» siquiera. Eso es lo que se llama «falso silogismo» o «sofisma de parvulario». Lluís Llach es simplemente un producto de un fenómeno más amplio que su amenaza; de ese curioso estereotipo hispánico de «etnodemócrata» que han creado los nacionalismos.