elpais.com/elpais/2017/10/29/opinion/ |
Suponíamos que proclamar una república
era un acto épico, revolucionario,
que respiraba efluvios del asalto a la Bastilla.
Y resulta que íbamos errados.
Ocurre que uno la proclama por la tarde,
se la suspenden a vuelta de correo
y celebra tan pancho el fiasco,
de noche, con los amigotes,
en la pizzería de la esquina.
El mensaje del ex resultó penoso:
ni una idea, ni una estrategia, ni una propuesta.
Solo la apelación a que los ciudadanos catalanes
actúen como escudo humano de su fracasado proyecto.
Resulta irritante tanta reiteración en ese mismo empeño.
Todos estos estertores de la triste verbena del Parlament
actualizan la pinza que la historia contemporánea de Cataluña
aprieta contra sus sufridores:
entre el ridículo y lo épico, entre lo chusco y lo glorioso.