El príncipe Myshkin de Dostoievski es el último miembro de una familia noble y arruinada. Padece, como el propio autor y como el Smerdiakov de los Karamázov, ataques epilépticos. Sus pasiones son extremas, tiene una personalidad angustiada y una ardiente necesidad de amor, posee un orgullo sin límites y se deleita la mayoría de las veces en ser humillado.
Infinitamente soberbio, se complace en su propia superioridad y en la manifiesta indignidad de los demás. Los que no le conocen se burlan de él; los que sí lo hacen, no pueden evitar temerle. Podría convertirse en un monstruo de rencor y de deseos de venganza, pero el amor le salva, le llena de la más profunda compasión y le enseña a perdonar los errores de los demás, desarrollando así a lo largo de la narración un elevado sentimiento de moralidad.
Infinitamente soberbio, se complace en su propia superioridad y en la manifiesta indignidad de los demás. Los que no le conocen se burlan de él; los que sí lo hacen, no pueden evitar temerle. Podría convertirse en un monstruo de rencor y de deseos de venganza, pero el amor le salva, le llena de la más profunda compasión y le enseña a perdonar los errores de los demás, desarrollando así a lo largo de la narración un elevado sentimiento de moralidad.
Todos los personajes que le rodean no pueden evitar dejarse fascinar por él, pero al mismo tiempo sienten un profundo terror ante esa mezcla de orgullo, pasión e inocencia que a todos les desborda. Este es el personaje, este “idiota” que no lo es tanto y que ya forma parte de los grandes personajes de la literatura de todos los tiempos.