Cada día laborable un capítulo (13/35) |
Pedro y Robert llegaron puntuales a la cita. Eran las ocho y media de un lunes perezoso de primavera. Por la plaza circular transitaban cientos de personas que se dirigían con desgana a sus puestos de trabajo. Cruzaban semáforos, arañaban minutos de placer a la jornada laboral tomándose un café en una de las cafeterías próximas, salían de la boca del metro, ascendiendo hasta el “fosterito” desde las entrañas subterráneas de la ciudad, procedentes de Santutxu, de Baracaldo, de Santurtzi, de los rincones más inexpugnables de una metrópoli que el tren suburbano había hecho ciudad.
Y en medio de esa vorágine acelerada de actividad desbordante se encontraron los dos amigos.
-¡Cómo se nota que no eres vasco! ¡Has llegado puntual! –bromeó Robert nada más encontrase con Pedro.
-¿Es que los vascos no lo son?
-Las vascas no. Los vascos, poco.
-No tenía eso entendido. Yo creía que los vascos eran gente seria, y los impuntuales no lo son. Yo, desde luego, procuro serlo, y casi siempre lo consigo.
-Nordin no es serio. Llega tarde a todos sitios, y llega con una sonrisa y no puedes decirle nada porque no te hace caso.
Así llegó Nordin cinco minutos después, con su sonrisa, su rostro cansado y esos andares que parecen patrimonio de los marroquíes.