La política democrática española ha vivido estas semanas uno de sus momentos más críticos, coincidiendo con la peor de las percepciones públicas por parte de la ciudadanía respecto a los políticos, los partidos y las instituciones. Además de los durísimos recortes que el presidente Mariano Rajoy anunció el miércoles en el Congreso, y cuando parecía que ya no podía ir peor, un nuevo episodio de hooliganismo político ha culminado un deterioro formal de las prácticas parlamentarias que desacreditan a quienes las vulneran, pero también a quienes las toleran y al conjunto de las instituciones democráticas. Las formas son fondo.
El ministro de Asuntos Exteriores, por ejemplo, ha destituido al embajador de España en Polonia, Francisco Fernández Fábregas. Durante una cena de gala ofrecida en la residencia oficial, una cámara de televisión grabó la expresión “¡Vamos, a dar por saco a los franceses!”, frase pronunciada por un eufórico y excitado Fernández, que vestía una camiseta, como un aficionado más. El paralelismo con lo sucedido en el Congreso es más que evidente, pero su desenlace no se parece en nada.