Cada día laborable un capítulo (22/35) |
Pedro se despertó el jueves a las siete y pico, como todos los días, a pesar de que habían decidido cambiar los horarios de vigilancia frente al despacho de Lamikiz. Sin embargo el peso de la costumbre le agitó y abrió los ojos al mismo tiempo que los primeros rayos de sol se colaron por la ventana de su dormitorio. No le importó haberse despertado tan temprano. Le gustaban las mañanas. Y le gustaba seguir a su vecina hasta el portal de Licenciado Pozas donde trabajaba. Ese día no iba a seguirla, no quería obsesionarse, pero decidió asomarse al balcón pasadas las siete y media para verla alejarse rumbo a la calle El Cristo.
Preparó la cafetera, esperó impaciente, se puso una taza y con el café humeante salió a la terraza y se asomó a la gruesa balaustrada de cemento para observar la salida de la vecina del quinto. Y no se hizo esperar. Con su espesa cabellera digna de un anuncio de champús y acondicionadores de pelo, con un meneo de caderas propio de una reina de las pasarelas de moda, luciendo un ligero vestido de tonos rosas y una rebeca negra, sobre unos finos zapatos de alto tacón, desfiló hasta perderse de vista ante la atenta mirada de su vecino del sexto.