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Cada día laborable un capítulo (7/35) |
El sábado Pedro se levantó temprano dispuesto a disfrutar de su primer fin de semana en su nueva vivienda. Lo primero que hizo fue prepararse un café que lo bebió tranquilamente en la cocina acompañado por unas cuantas galletas “María”. Abrió la ventana para sentir el frescor de la mañana y observar las chimeneas y los tejados de las viviendas vecinas. El cielo amenazaba lluvia. Las nubes cubrían un cielo acostumbrado a pasar muchos días oculto.
Cuando Pedro terminó su taza de café volvió a su cuarto y recogió el libro de Carlos Ruiz Zafón que compró en el FNAC la tarde del viernes. Había leído su anterior obra y le pareció que compartir las aventuras de David Martín, el escritor protagonista de la novela, iba a ser una manera entretenida de disfrutar del fin de semana. Caminó hasta la sala, encendió la lámpara de pié situada junto al blanco tresillo de fabricación sueca y se tumbó placidamente tras haber colocado adecuadamente un cómodo cojín para reposar la cabeza. Le sobresalían los pies del sofá, pero se encontraba bien.
Comenzó su lectura poco después de que el pequeño reloj de la sala marcara las ocho, y apenas cinco minutos después los lloros escandalosos de un niño le interrumpieron. El niño o la niña lloraba desconsolada y ruidosamente. Los días anteriores había oído sollozos semejantes, pero nunca con la intensidad con los que podía escucharlos esa mañana.
-¡No llores más! –oyó la voz de un hombre que reprendía a la criatura. Sin embargo ésta no le hizo caso. Los lloros no se interrumpieron. Siguieron sonando bajo el suelo de la sala en la que Pedro pretendía disfrutar de su lectura.
-¡Mamá! –gritaba quien poco antes solamente lloraba.