¿Por qué a nosotros nos hunden y los otros paraísos fiscales, como los de las islillas británicas de Man o Guernsey, o Luxemburgo, se quedan tan panchos?
Este victimismo chipriota es bastante tontorrón. Si apenas nadie hurga en esos lugares es porque no piden dinero a los socios para ser rescatados de una quiebra. Y como en la mili, solo recibe palos quien no logra pasar desapercibido.
Pero es que además el caso chipriota es de alucine. Hasta 2007 apenas tuvo impuestos. En los noventa acogió los 800 millones de dólares que arrambó Slobodan Milosevic al Tesoro yugoslavo. Coloca, lava y catapulta capitales rusos sucios, entre otros los de la especulación con el precio del petróleo. Distribuye, según la CIA, mujeres filipinas y dominicanas para su explotación sexual. Su gran puerto, Limassol, es capital de las navieras infrarreguladas, opacas e irresponsables que se acogen a la bandera de conveniencia —cuasipirata— del país, como cuenta muy bien Juan Hernández-Viguera en La Europa opaca de las finanzas(Icaria).
Más. Su banca grande es el desastre quebrado que hemos visto. Y su élite financiera mantiene, como ocurría con la irlandesa, relaciones incestuosas con la derecha política, hijastra suya: el bueno del ministro de Finanzas, Michalis Sarris, que iba a pedir a los amiguetes de Moscú árnica con que aliviar las heridas bancarias, había sido, en 2012, presidente del consejo de administración de la más desastrosa de las entidades, el grupo Laiki.
O sea que menos falsos agravios.