La inmensa mayoría de los ciudadanos pasa de la pelea presupuestaria que durante meses han mantenido el Gobierno del PNV y la oposición. Ha sido más una disputa de posiciones que un debate estrictamente presupuestario, donde cada cual ha aplicado su estrategia, definida en razón al lugar que cada cual ocupa en la dinámica Gobierno versus oposición. Los ciudadanos no les creen, ni a uno ni a otros, pues saben bien que cualquiera de ellos actuaría de manera distinta a como lo está haciendo si en lugar de estar en la oposición estuviera en el Gobierno y viceversa. No es una cosa de ahora, viene de lejos. Ninguna formación está en condiciones de construir unos presupuestos alternativos en coherencia con lo que se indica en las enmiendas a la totalidad. Ni existen presupuestos alternativos a los presentados por Urkullu, como tampoco existen a los presentados en su día por José Luis Bilbao, Javier de Andrés y Martín Garitano para las Diputaciones de Bizkaia, Álava y Gipuzkoa. Ni siquiera Bildu a quien más se le debería exigir en este terreno, dada su «vocación transformadora y radical».
La razón es bien sencilla. Gobierne quien gobierne una parte importantísima del gasto público está comprometido por obligaciones derivadas de los capítulos I, II y IV, sin que quede margen suficiente para hacer grandes virguerías alternativas. El margen existente en los años de bonanza se ha reducido drásticamente estos cuatro últimos años. (Hasta aquí, Xabier Gurrutxaga ayer en Vovento).
Cada vez tengo más claro que solo si se obliga a pactar antes de formar gobierno, con o sin "cónclave a pan y agua", y obligamos a acordar antes de nombrar Lehendakari, nos ahorramos este teatro pseudo parlamentario y aseguramos un presupuesto que por mucho que digan los actuales gobernantes, es imprescindible para ejercer su mandato con racionalidad.