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Las FARC (en origen, Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) se transformaron ayer oficialmente en la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común.
Perviven las siglas del grupo guerrillero que durante medio siglo mantuvo en jaque al Estado colombiano, propiciando el desplazamiento de hasta siete millones de personas y la muerte de más de 200.000.
Pero ha variado un elemento fundamental. En adelante, las FARC ya no intentarán derrotar al Estado mediante la lucha armada, desde sus escondites selváticos, dando golpes relámpago, traficando o secuestrando, sino integrándose en el marco parlamentario y defendiendo sus ideas con la palabra.
Las FARC pueden haber abrazado la paz, pero la sociedad colombiana, que es rica, sigue estando minada por la desigualdad. Esa lucha contra la desigualdad, que personas sin escrúpulos, o desesperadas, tratan de afrontar por el camino equivocado, debe ser una prioridad de los demócratas colombianos.
Este grupo guerrillero, tras una dolorosa trayectoria, parece llegado a buen puerto. Pero para que toda Colombia pueda decir lo mismo pronto es conveniente atacar y reducir el malestar social causado por la desigualdad. Ese es el reto al que ahora se enfrentan, juntos, los viejos enemigos.