Hoy 11 de septiembre, recoge en mi blog las ideas del artículo que K. Aulestia publicó el sábado en Vocento. Recomiendo su lectura, comparto su opinión y recuerdo el final del artículo:
El independentismo catalán se ha inventado a sí mismo, por lo que se siente orgulloso. Ese orgullo por la originalidad, que podría resultar patético, está funcionando como factor de cohesión entre los convencidos. Es una de las causas de que no haya quedado ni el más mínimo ápice de espíritu crítico en el seno del soberanismo independentista, tras la última depuración de algunos diletantes que permanecían empotrados en la administración de la Generalitat. La genialidad de haber ideado una vía propia hacia la república propia se ha convertido en seña de identidad para los más entusiastas de seguir adelante, aunque no sepan hacia dónde caminan ni a dónde llegarán.
El efecto inmediato de tan singular modelo es que no hay modelo. El modelo aplicado para hacer de Cataluña una república independiente no es tal, porque en realidad es un círculo ya viciado. La Generalitat ha diseñado una fase de transición descabellada para acceder a ese estadio. Pero la ley correspondiente, suspendida por el TC, no podría aplicarse más que si gana el sí en un referéndum que tampoco tendrá lugar. El secesionismo denuncia que la legalidad española ahoga sus propósitos, y que por eso ha tenido que sortearla. Pero de ese modo vuelve inevitablemente al punto de partida, que es la imposibilidad de modificar el marco jurídico-político vigente si no se procede a la reforma del Estatut y de la Constitución.
La muestra más palpable de que no hay modelo es que nadie lo reivindica, con excepción de la izquierda abertzale; aunque en realidad lo hace a bulto, sin detenerse a valorar cada uno de los hechos acaecidos en Cataluña desde que el independentismo eclosionó en septiembre de 2012. Nada más elocuente que las medidas declaraciones de este pasado viernes, del consejero y portavoz del Gobierno vasco, Josu Erkoreka, preocupado por las iniciativas que pudiera adoptar o promover el Ejecutivo Rajoy, y abogando por «soluciones democráticas y pactadas» para Cataluña. Es verdad que lo que está ocurriendo genera expectación. Pero lo que la gente se pregunta es qué va a pasar, no si el país de los catalanes acabará siendo independiente. La diferencia puede parecer nimia, pero refleja cuando menos el escepticismo con que la sociedad vasca contempla la mera hipótesis de la secesión, de la gestación de un estado propio. El callejón sin salida catalán interpela al soberanismo independentista vasco, porque en ningún caso representa un modelo de éxito. Todo lo contrario. De hecho, no hay modelos de éxito para la independencia en la Europa de la Unión. La frustración no deriva del reconocimiento posibilista de la realidad, sino del fiasco en que se convierte una quimera, por legítima que sea, cuando se pretende alcanzarla a cualquier coste. Cuando se pretende que una parte arrastre tras de sí a toda la sociedad.