Recogido de elpais.com/elpais/2017/09/05 |
La demostrada deriva autoritaria y represiva del régimen de Recep Tayyip Erdogan ha colocado la candidatura de Turquía para su adhesión a la Unión Europea en la campaña electoral alemana y en los pasillos de Bruselas. Y, como no podía ser de otra manera dada la evolución de los acontecimientos en Ankara, de forma poco positiva.
Aunque el Gobierno de Erdogan acuse de racismo y discriminación a los dos principales candidatos a la cancillería alemana por su visión negativa de la candidatura turca en las actuales circunstancias, es innegable que tanto la democristiana Angela Merkel como el socialdemócrata Martin Schulz llevan razón:
La Unión Europea es un grupo de democracias, lo cual lleva aparejadas características como la separación de poderes, administraciones laicas con clara separación entre gobiernos y religiones, el respeto a los derechos humanos o la libertad de prensa, entre otras.
Erdogan está empujando a su país en dirección contraria conformando un sistema donde la presidencia invade o anula otras esferas, las purgas de carácter político se han multiplicado y hecho masivas desde el intento de golpe de Estado de 2016 y medios y periodistas críticos son acallados. A esto hay que sumarle una actitud pública del Gobierno turco de reafirmación en esta línea con la intención, si acaso, de profundizarla. En estas circunstancias, y expresado con el mismo realismo con que lo hicieron Merkel y Schulz durante su debate electoral, Turquía no puede ser admitida en la Unión.
A la UE le interesa una Turquía plenamente democrática e integrada en un proyecto común de progreso y paz. Y los demócratas turcos necesitan saber que tienen un futuro en el que caben acuerdos profundos con una Turquía que cumpla los requisitos básicos y fundamentales. Pero con la misma contundencia debe de quedar claro que la Turquía que defiende Erdogan NUNCA puede tener asiento en nuestra Unión.