Tras la inesperada muerte el sábado pasado del fiscal general del Estado, José Manuel Maza, lo primero es darle las condolencias a la familia y a sus amigos y colegas más cercanos.
Lo segundo, abominar de los incivilizados que se han alegrado y han brindado en público por su fallecimiento y le han faltado al respeto más elemental.
Lo tercero, sorprendernos de los desmesurados elogios profesionales que se le están haciendo a Maza desde la misma oposición política que hace pocos meses le convirtieron en el primer fiscal general del Estado de nuestra historia reprobado por el Congreso de los Diputados y desde el mismo Gobierno que hace pocos días nos decía en privado que a Maza le faltaba cintura política, que se le había ido la mano de la dureza y que estaba cayendo en el tema catalán en algunos excesos que dificultaban sobremanera la salida a todo el embrollo político, institucional y judicial de Cataluña.
No digo que unos y otros de estos últimos deberían ahora criticar a Maza duramente en público, pero sí digo que mejor estarían callados.