¿Recuerdan aquel grupo, que estaba dirigido por una mujer, que creía que el fin del mundo iba a tener lugar el 21 de diciembre de 1954?
Lo más importante, al menos para ellos, es que estaban convencidos de que horas antes del apocalipsis una nave extraterrestre iría a recogerlos para salvarlos y conducirlos al planeta Clarion.
Quítenle a esto el fin del mundo, los extraterrestres y el bonito planeta Clarion. Pongan en su lugar la creencia en que la independencia se haría realidad desde el instante de su proclamación, en que el reconocimiento y los apoyos exteriores iban a llegar enseguida para salvarla y en que la flamante república catalana sería el paraíso terrenal. Ahora pongámonos en el lugar del creyente cuando lo esencial de todo eso se viene abajo. ¿Va a dejar de creer ya mismo?
No. Lo que hará primero será tratar de integrar lo sucedido en su sistema de creencias. Para facilitarlo, ya circulan marcianadas como que las elecciones del 21-D han sido impuestas por Europa a modo de un (nuevo) plebiscito. Si lo ganan, dice el bulo, Europa obligará a España a hacer un referéndum legal o a reconocer la independencia sin más. Es el equivalente al mensaje divino transmitido por la visionaria: la profecía no se incumple, se posterga.
Por volver al culto ufólogo de Chicago: éste no se hundió por el fracaso de la profecía, pero sí por la fuga de la profeta ante la posibilidad de ser detenida e internada en una institución psiquiátrica. No estoy dando ideas. Pero, sí, también huyó.