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En el país de los ciegos, el tuerto es rey. Dichoso refranero, qué sabio es. El dicho que arranca este artículo bien se podría aplicar a un país y a sus gobernantes. Los ciegos, claro está, sería la ciudadanía, el tuerto, los poderes fácticos y gobernantes -¿acaso no son lo mismo?
¿Es o no es fácil gobernar a un pueblo tanto simple como ese? No podrán negarme que el tuerto, sí, ese que cobró en B, se lo pasaría en grande, viendo cómo l@s tont@s discuten y no hablan más que de una camiseta mientras el país se va a pique. El tuerto, viendo la escena con su único ojo, seguro que pensaría que para cuando al atajo de idiotas se les pase la discusión por la camiseta no habrá más que lanzar otro trapo al aire, éste con tres franjas bicolores y ya está, de nuevo la distracción está servida.
¿Para qué hace falta ser honesto? ¿Para qué tener mente de estadista y gobernar para el interés general si el pueblo vive sumida en la más absoluta estulticia? ¿No es más sencillo robar a manos llenas y, además, reírse a la cara de los que roban porque están dándole vueltas a esa maldita camiseta?
Me alivia pensar que no puede haber un pueblo como el descrito, tan sumamente estúpido y manipulable, ¿verdad? … ¿verdad?