La cantidad de conceptos básicos indispensables para la correcta aplicación de las Leyes, para la convivencia democrática y para el bienestar y prosperidad de los ciudadanos que han caído en la confusión, la manipulación torticera o en la absoluta ignorancia es descomunal.
Para un demócrata de finales del siglo XX o del siglo XXI, la noción del pueblo sólo temerariamente puede sobrepasar el área de la cultura. Y suicidamente llegar a derechos políticos. Partamos del principio que España como democracia moderna incluye razonablemente abundante en habitantes, lleva inherentes varias y diversas culturas, de todas las cuales los españoles no sentimos orgullosos, y así han de sentirse también los europeos.
Es la famosa diversidad tantas veces llamada a capítulo, como si estuviera en peligro o pudiera desaparecer. Imposible, España era plural con Argantonio, con Recaredo, con los Reyes Católicos, Con Felipe V, con Franco, y eso no lo cambia ni la mano divina. Sencillamente, es. Lo mismo sucede, por cierto en todas las grandes democracias.
Nada hay más peligroso para la paz y la convivencia de europeos, españoles y catalanes, (los habitantes de las regiones catalanas), que la invención política de pueblos elegidos que quieran excluirse, o someter. Eso ya lo vivimos.Y convendrá apuntalar bien esos conceptos cuando se revise la Constitución para hacerla aún más democrática.
Nada hay más peligroso para la paz y la convivencia de europeos, españoles y catalanes, (los habitantes de las regiones catalanas), que la invención política de pueblos elegidos que quieran excluirse, o someter. Eso ya lo vivimos.Y convendrá apuntalar bien esos conceptos cuando se revise la Constitución para hacerla aún más democrática.