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El odio combina mal con todo. Con la convivencia, con la racionalidad, con una conversación pública y política civilizada. Y con las armas, por supuesto.
El asesino yanqui asesinado idolatraba a Donald Trump, qué sorpresa. Parece ser que a juicio del pistolero solo hay una cosa peor que un hispano: un demócrata. Si el autor del tiroteo hubiera sido musulmán y hubiera asesinado a inocentes en nombre del islam, estaríamos hablando de terrorismo. Pero era blanco y con la cabeza amueblada como el presidente.
Los discursos de odio han existido siempre. Odio racial, misoginia, odio al que piensa, siente, ama o desea diferente. Cuando ese discurso de odio emana desde las instituciones, cuando se justifica de forma activa o pasiva, cuando no se condena sino que se incentiva, cuando se legitima, siempre puede haber alguien que se crea en una misión divina.
Si tiene armas a su alcance, la tragedia está servida.