Raramente pasa una semana sin que las ocurrencias y los exabruptos de Donald Trump dejen petrificado al mundo, pero los días previos a su aterrizaje en la cumbre del G-7 en Biarritz han sido especialmente surrealistas. El líder estadounidense se ha presentado a sí mismo como "el Elegido" mientras miraba al cielo y defendía su guerra comercial con China ante una nube de periodistas. Ha cancelado su viaje oficial a Dinamarca por negarse a contemplar la venta de Groenlandia y ha calificado de "asquerosas" las declaraciones de su primera ministra.
En la cumbre de Biarritz, Trump volverá a ser el elefante en la habitación, el polvorín a vadear para que la reunión no acabe siendo un esperpento. Sus continuas críticas a las prácticas comerciales europeas o su animadversión hacia Ángela Merkel y el canadiense Justin Trudeau complican la entente en un foro donde las relaciones personales son importantes.
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