Un puñado de ciudadanos se divirtieron en la pasada Nochevieja apaleando ante las puertas de la sede del PSOE en Madrid una piñata que pretendía representar al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. El suceso en sí, aderezado de insultos y amenazas hacia el jefe del Ejecutivo, no debería tener más trascendencia que un mero incidente de orden público. El problema es que detrás de manifestaciones tan agresivas está la mano de un partido de extrema derecha y que otras formaciones políticas constitucionales, como el PP, se niegan a rechazarlas con la debida contundencia.
Jalear a las masas con arengas es una estrategia perniciosa e inflamable. Perdidas las elecciones por el bloque PP-Vox, sus líderes no han hecho otra cosa que intentar tapar con ruido su frustración.
Reconsiderar su estrategia es imperativo para partidos como el PP, que pretenden ofrecer una alternativa de gobierno. Ya basta.
Las democracias corren peligro cuando la clase política no solo no aísla a los extremistas, sino que en ocasiones casi los azuza.
Los discursos del odio tienen consecuencias. Lo hemos visto ya en el Capitolio, en Brasil, en muchos países.
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