Cuesta asimilar que el mismo dramaturgo capaz de rozar el cielo teatral adentrándose en el infierno en aquella soberbia Incendios, toda una tragedia griega contemporánea -es un decir, transcurría en Líbano, pero estaba a la altura de los grandes de la antigüedad-, sea el mismo autor de este descenso al limbo del vacío dramático, por más que el título anuncie un asalto a los Cielos.
Hablamos de la última pieza de Wajdi Mouawad que ha recalado en el Arriaga, aunque es un drama de 2009 que forma una tetralogía aplaudida aquí y allá junto a Litoral (1999), la mencionada Incendios (2003) y Bosques (2006).
Cuesta, también, comprender los motivos de ese éxito.
Cielos no pasa de enrevesado thriller de espías. Podría ser una correcta película de sobremesa, un Código Da Vinci con algo más de alcance social pero un tedioso engranaje narrativo.
Cielos no pasa de enrevesado thriller de espías. Podría ser una correcta película de sobremesa, un Código Da Vinci con algo más de alcance social pero un tedioso engranaje narrativo.
Mouawad mezcla lo político con lo social y lo personal. Hay cinco personajes encerrados en la base, cada uno con sus errores, sus secretos y sus heridas. Pero, por más que el autor canadiense trate de dotar a esta criatura de un pulso, un hálito de interés humano, las dos horas bajo tierra de la función entre descodificaciones y tensiones internas del equipo se convierten en la historia de espías menos emocionante que recuerdo.