En el donde vivo casi todos los comercios que han tenido que bajar la persiana debido a la última crisis económica que tan entretenidos nos ha tenido durante estos últimos años, los han comprado los chinos para poner en ellos salones de manicura, peluquerías, tiendas de todo a un euro, de comestibles, de ropa, de reparación de móviles, de comida para llevar a casa, etc... Aso sí, sin las presiones sindicales que sufren los lugareños en relación a horarios, sueldos, etc ...
Mientras tanto, los muchísimos y diversos nacionalistas que pueblan los diferentes comarcas autonómicas de nuestro país hablan mañana, tarde y noche en los medios de comunicación para mostrar sus desacuerdos con la organización administrativa del Estado porque este no les permite recaudar tributos, investir presidente de su comunidad a quien solo cumple las leyes constitucionales que le favorecen o porque su selección deportiva favorita no puede competir contra la selección española en los torneos oficiales.
Mientras tanto los chinos, ajenos al hecho de que nosotros no sabemos quienes somos, si una nación de naciones, una nación de nacionalidades o un ruidoso gallinero con pretensiones, nos venden zapatillas baratas en los comercios donde no hace muchos años los padres de estos mismos nacionalistas vendían cazuelas de bacalao a la vizcaína, trajes ingleses, corbatas de seda, abrigos de lana, vajillas de porcelana o cuchillos para descamar pescados. El pequeño comercio de nuestras ciudades no tiene más fronteras que la muralla china del idioma.
Por otra parte, en los grandes centros comerciales, los nacionalistas y los no nacionalistas hacemos más ricos a los ricos cada vez que compramos una manojo de cebollas, unas zapatillas de tenis o una improbable crema rejuvenecedora en Eroski, Zara, Sephora o Mercadona.
Sin duda, un futuro poco prometedor para el comercio lugareño.
Mientras tanto, los muchísimos y diversos nacionalistas que pueblan los diferentes comarcas autonómicas de nuestro país hablan mañana, tarde y noche en los medios de comunicación para mostrar sus desacuerdos con la organización administrativa del Estado porque este no les permite recaudar tributos, investir presidente de su comunidad a quien solo cumple las leyes constitucionales que le favorecen o porque su selección deportiva favorita no puede competir contra la selección española en los torneos oficiales.
Mientras tanto los chinos, ajenos al hecho de que nosotros no sabemos quienes somos, si una nación de naciones, una nación de nacionalidades o un ruidoso gallinero con pretensiones, nos venden zapatillas baratas en los comercios donde no hace muchos años los padres de estos mismos nacionalistas vendían cazuelas de bacalao a la vizcaína, trajes ingleses, corbatas de seda, abrigos de lana, vajillas de porcelana o cuchillos para descamar pescados. El pequeño comercio de nuestras ciudades no tiene más fronteras que la muralla china del idioma.
Por otra parte, en los grandes centros comerciales, los nacionalistas y los no nacionalistas hacemos más ricos a los ricos cada vez que compramos una manojo de cebollas, unas zapatillas de tenis o una improbable crema rejuvenecedora en Eroski, Zara, Sephora o Mercadona.
Sin duda, un futuro poco prometedor para el comercio lugareño.