El PP ha convertido el asunto Rivera en un fracaso propio cuando realmente es un éxito para el País

viernes, 27 de septiembre de 2024

Todavía no tenemos una Ley de Prensa democrática. Ya es hora. NO?

 Ya hay una ley en España que regula a la prensa, una que solo sirve para avergonzarnos como país. Está fechada en 1966, hace más de medio siglo.
Está completamente obsoleta, no solo por lo que supone Internet: es una norma previa a la llegada a España de la televisión a color. Pero es la ley que está en vigor, la que promulgó Manuel Fraga en sus años de ministro de Información y Turismo.
Está completamente obsoleta, no solo por lo que supone Internet: es una norma previa a la llegada a España de la televisión a color. Pero es la ley que está en vigor, la que promulgó Manuel Fraga en sus años de ministro de Información y Turismo. 
Aquí la puedes leer, empezando por un preámbulo donde se explica que el objetivo de la norma es “cumplir con los postulados y las directrices del Movimiento Nacional”.
Es una ley firmada “desde el Palacio del Pardo” por Francisco Franco: la ley de prensa de un dictador.
No es la única ley franquista que, con algunos tachones, aún sigue en vigor. Pero sí la más indignante para un país democrático. No conozco otro lugar en Europa donde la ley de prensa de una tiranía haya sobrevivido hasta hoy. 
En 1978, la Constitución española reconoció el derecho a comunicar o recibir libremente información veraz. Y un año antes, en 1977, el primer Parlamento tras el franquismo derogó buena parte de los artículos de la ley de prensa de la dictadura, los más obscenos, como los que permitían el secuestro de periódicos que cuestionaran “la unidad de España”, la monarquía o “el prestigio” de las fuerzas armadas. Pero no se hizo después mucho más. La ley de prensa de Fraga ahí se quedó, parcialmente mutilada pero aún en vigor. Como una norma que no solo está desfasada: también es una amenaza latente para ese derecho constitucional a la información.
Ningún gobierno democrático se ha atrevido nunca a aplicarla hasta sus últimos extremos. Afortunadamente. Pero no quiero ni imaginar qué podría hacer con ella, en el futuro, un Consejo de Ministros en el que se sentara Vox.